Siempre es bueno echar un vistazo al pasado para mejorar nuestro futuro, pero vayamos esta vez más allá y adentrémonos en la Prehistoria del universo Marvel, lo que Jack Kirby, el Rey de los cómics cuyo centenario celebramos este mes, conocía como el Período-X: una etapa del mundo de la que desconocíamos su origen y que, por tanto, podía ser infinitamente explotado. Así que preparad vuestra máquina del tiempo para un salto a los años 70 primero, y a los albores de la Humanidad después…

Antes de empezar a analizar esta pequeña joya, al fin desenterrada en nuestro país hace unos días, es necesario dedicar unas líneas a aclarar una serie de malentendidos que pueden producirse en los que ya conozcan al Chico Luna y al Dinosaurio Diabólico. Cuando Kirby creó a Devil se daban dos circunstancias clave: su integración en el universo Marvel era prácticamente nula desde su concepción, y los datos que se manejaban en 1978 acerca de los dinosaurios y su no-convivencia con los homínidos estaban más abiertos a interpretación. Así, cuando el Rey planteó la obra, lo hizo pensando en presentar su propia versión de la Prehistoria, partiendo de la hipótesis de que, si en los años 70 todavía se descubrían criaturas antediluvianas que se habían refugiado en la profundidad de los mares, ¿por qué no iba a ser posible que los primeros hombres hubieran convivido con otros dinosaurios supervivientes?

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A día de hoy sabemos que la respuesta, a grandes rasgos, es negativa, y más que probablemente Kirby lo suponía, pero tal y como apuntaba en los breves ensayos que daban el broche a los primeros números de la serie, las posibilidades imaginativas que ofrecían tanto la noche de los tiempos como la incertidumbre de los futuros lejanos debían ser aprovechadas. Y así lo hizo, creando al «primer hombre», el Chico Luna, como acompañante del ferozmente sagaz Dinosaurio Diabólico. Años más tarde, cuando la editorial buscaba una mayor cohesión en sus creaciones, se empleó la retrocontinuidad para alterar los orígenes “obsoletos” de ambos personajes. Por un lado, se nos explicó que el saurio jamás vivió en el planeta Tierra tradicional (Tierra-616), sino que provenía del Mundo Dinosaurio, en la alternativa Tierra-78411; y por otro, el motivo de su inteligencia, fuerza y resistencia extraordinarias era una alteración genética: el Dinosaurio Diabólico era un mutante dentro de su propia especie, y su pigmentación roja, fruto del fuego volcánico, no era más que otra mutación. Por supuesto, el Chico Luna dejaba de estar emparentado con los Homo Sapiens, cuya raza conocida como Pueblo Pequeño estaba sólo ligada a nuestros antepasados en apariencia.

Todo esto debe ser olvidado para introducirnos como es debido en la obra que planteó Jack Kirby, dejándonos llevar por la imaginación y nuestro niño interior, ése que siempre creyó que los dinosaurios eran esos gigantescos monstruos reptilianos, más cercanos a Godzilla que a los pavos de dos metros cubiertos de plumas que nos muestran hoy en día. ¡Bienvenidos al Mundo Perdido!

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El Valle de la Llama no es lugar para criaturas débiles. La supervivencia del más fuerte es la única ley por la que se rige el territorio, y en lo más alto de la cadena de mando, reinando sin reino, está Devil, el Dinosaurio Diabólico. Así pues, Kirby quiso que la primera escena de su sáurica serie fuese precisamente una lucha territorial del tiranosaurio con un triceratops que trataba de reclamar la posesión del Valle. Por supuesto, el motivo de esta lucha no es revelado por ellos, que son poco más que bestias y carecen de habla, sino por el espectador, narrador secundario y fiel amigo de Devil, el Chico Luna, «el primer Hombre».

Dentro del pretendido realismo del que Kirby quiso dotar a la serie (en su contextualización) entra su insistencia en que las palabras del Chico Luna, así como la de los demás homínidos del Valle, han sido «traducidas» a nuestra lengua para su mejor comprensión. Esto presenta uno de los factores, a mi juicio, más interesantes de la serie: el lenguaje. La sustantivación de los elementos del Valle se hace siempre desde el punto de vista de una especie que apenas ha desarrollado sus capacidades lingüísticas y, por tanto, emplea nombres descriptivos. Así, los volcanes son «montañas de fuego», las tribus se definen por su apariencia, oficio o localización (Pueblo Pequeño, Pueblo del Bosque, Pueblo Asesino…) y los dinosaurios son «cuernos de trueno», «espaldas de hueso» o, sí, «bestias diabólicas», en función de su aspecto. Todo pensando en cómo describirían dichos elementos esos primeros seres humanos.

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Los dos primeros números de la colección estuvieron centrados en el choque de los protagonistas con el Pueblo Asesino, así llamados por su naturaleza cazadora según la cual «todas las criaturas vivientes eran alimento para sus estómagos», en palabras del Chico Luna. ¿El motivo? Que dicha tribu está ligada a los orígenes del Dinosaurio Diabólico: tras tender una trampa y asesinar a una hembra de tiranosaurio, comenzaron a hacer lo propio con sus hijos, decidiendo quemar a la cría que más problemas les causó, como ofrenda a la «Montaña de Fuego».

Con la erupción del volcán, huyeron despavoridos y el joven saurio quedó gravemente afectado por las llamas, su piel enrojecida, por lo que un testigo, un joven del Pueblo Pequeño, lo guió hasta una charca donde aliviarse. La cría de tiranosaurio jamás recuperó el tono verdoso que caracterizaba a la piel de su especie pero, además de desarrollar una especial animadversión hacia el Pueblo Asesino, forjó un inseparable vínculo con aquel pequeño homínido. Comenzaba así la leyenda del Dinosaurio Diabólico y el Chico Luna.

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Tras una poderosa presentación del protagonista principal de la cabecera, Kirby debía asentar al personaje, esto es, convertirlo en un modelo, en algo con lo que los lectores pudieran identificarse. Dada la imagen «tiránica» que dio el Dinosaurio en su arco de apertura, gobernando sobre el valle y confrontando a toda criatura que amenazara su liderazgo, era el momento de poner la inteligencia del saurio al servicio de la compasión.

Durante muchos años, a raíz tanto de mitos y leyendas de culturas diversas (entre ellos, el Antiguo Testamento) como de aparentes «pruebas», se creyó que entre los primeros homínidos se encontraba una subespecie que sobrepasaba los 4 metros de altura. Tomando la referencia mitológica de la Grecia antigua, estos pasaron a denominarse gigantes, ‘nacidos de la tierra’, hijos de la diosa Gea. Kirby aprovechó todo este trasfondo ligado a los orígenes de la Humanidad para introducirlos como el Pueblo de la Colina en su tercer número. Para alimentar la sensación de horror que un ser humano de estatura normal podría experimentar al contemplar semejante portento, el autor lo representó encapuchado con un cráneo de triceratops Cuernos de Trueno, potenciando su imponente figura con una extraordinaria fuerza implícita. A su paso se enfrentaba contra todas las bestias que hallaba, arrancando árboles como si fueran flores y aplastando rocas como castillos de arena, todo ello al grito de «¡Rukaaa!». En su choque con el Diablo Rojo, el noble saurio haría gala de buen juicio al comprobar que no todo era lo que parecía.

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Y si hasta ahora el análisis se ha centrado, como es lógico, en la historia y los temas que la serie aborda, no debemos olvidarnos de que es Jack Kirby quien escribe, dibuja y edita esta colección. En otras palabras: la ciencia-ficción no debía tardar en aparecer y la calidad artística de la serie debía alcanzar cotas de grandeza en algún momento. Pues bien, el momento es ahora, nada más asentar a los personajes principales, sus motivaciones y su manera de ver el mundo: llegó la hora de poner todo patas arriba y ver cómo reaccionaban a un ambiente tan hostil como desconocido.

Como declaración de intenciones (o necesidad de ventas), Kirby comenzó el único arco «extenso» (4 números) de la serie con un pasaje onírico, una pesadilla premonitoria del Chico Luna que mostraba a una extraña criatura cósmica aterrorizando a los habitantes del Valle bajo la atenta mirada de un gigantesco sol que lo devoraba todo. La espectacularidad de esa doble página deja boquiabierto a cualquier lector que abra el cómic después de haber leído los episodios previos, tanto por la calidad intrínseca de la misma como por el enorme cambio de paradigma que suponía con respecto a lo visto anteriormente. Así, seríamos testigos de la caída de unos extraños objetos, aparentemente en llamas, que descendieron con gran estruendo sobre el Valle: ¡invasores del espacio exterior! La intención de los visitantes no era otra que recopilar y catalogar las distintas especies que encontrasen para realizar experimentos con ellos. Ante tan incomprensible ofensiva, cundió el pánico en el Valle y el Chico Luna sería capturado, otorgando inicialmente todo el protagonismo del arco al Dinosaurio Diabólico. Y entonces llegaron ellos.

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Un anciano sabio de blanca cabellera, contemplando el caos, se reúne con otro hombre, joven, fuerte, un macho alfa, y poco después aparece Eva Eev, una atractiva mujer. Todos juntos acaban reunidos en torno a un «árbol» y, a su alrededor, en medio del desértico paisaje, crece un oasis de frutos, hierba verde y hasta un riachuelo de aguas cristalinas. Un paraíso, podría decirse… Pero, finalmente, cansado de respetar las normas establecidas, el hombre acabará destruyendo el vergel para siempre. En efecto, sólo el genial Kirby aprovecharía una prehistórica invasión alienígena, con un dinosaurio como «serpiente», para introducirnos su versión alternativa del Génesis. No en vano llamó al protagonista, y catalizador del fin del «paraíso», Devil, nuestro Diablo rojo.

Por supuesto, la referencia es algo más sutil que esto, teniendo en cuenta que el proveedor de tal paraíso es un «Árbol Diabólico» (restos de la nave de exploración alienígena) o que, antes de encontrarlo, hay un intento de violación de Eev por parte de Mano-de-Piedra (el hombre, proveniente del Pueblo de la Colina). Pero son precisamente estas diferencias lo que convierten a este arco en algo más maduro y original que una mera referencia bíblica. Desde la imaginativa (y coherente con el mundo planteado) solución contra los robots, guiando a la marabunta de hormigas gigantes que ven su hogar destruido por la invasión; hasta la voluntad creadora-experimental de los extraterrestres y el hincapié en la ambigüedad moral y tridimensionalidad del personaje que representa al Adán de esta historia. Todos sus errores, malas decisiones, rectificaciones, impulsividad, tentaciones, arrogancia… No estamos ante una representación idealizada del hombre, sino a una realmente humana, en todos los sentidos. Así, con Jack Kirby dando lecciones sobre lo divino y lo humano en una serie sobre un tiranosaurio rojo que sólo dice «Roarr!», la serie alcanza su punto álgido.

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Resulta evidente que Kirby ya sabía antes de terminar su saga ci-fi/bíblica que la serie del Dinosaurio Diabólico iba a ser cancelada debido a unas ventas excesivamente bajas. Y digo que es evidente no porque la calidad de las últimas historias decreciera, sino porque regresó al formato unitario, mostrándonos una divertida aventura en el penúltimo número. Sin embargo, el número final sí que tiene sabor a final pensado o, como mínimo, a broche interesante para una etapa tan breve. Ahí se hace patente que Kirby tenía guardado un último as en la manga, uno tan obvio como bien empleado: a través de los Pozos de la Bruja, el Dinosaurio Diabólico viajaría en el tiempo, solo y desorientado, hasta el presente. Mientras tanto, el Chico Luna haría todo lo posible por convencer a la Bruja y su hijo para traer al Diablo Rojo de regreso.

¿Y dónde radica la brillantez de la propuesta? En que Devil abandona una tierra agreste y hostil, peligrosa, llena de tribus y criaturas que le temen y tratan de asesinarlo o darle caza; y llega a una tierra desconocida, industrial… y hostil, y peligrosa, y llena de grupos de gente que le teme y trata de asesinarlo o darle caza. Cazadores, bomberos, pistoleros e incluso miembros del ejército son la única comitiva que recibe al Dinosaurio Diabólico en su llegada a Zuma City. Kirby parece decirnos que el hombre, milenios más tarde, no ha evolucionado nada en lo que al miedo a lo desconocido se refiere.

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Finalmente, su amigo conseguiría devolverlo a su tiempo, alejándose ambos tan rápido como pudieron de los Pozos de la Bruja, con los ojos puestos en el horizonte. Y así terminaba el relato del Chico Luna, el primer ser humano, y su inseparable e imponente amigo, el Dinosaurio Diabólico.

Años más tarde, ambos serían recuperados para el universo Marvel contemporáneo, encontrando su nuevo y definitivo hogar en la Tierra Salvaje. Pero recientemente la pareja volvió a separarse, quedando Devil de nuevo atrapado en la actualidad, pero ligado su destino a una Chica Luna, la joven Lunella Lafayette, que es parcialmente culpable de que esta obra de Kirby haya sido recuperada por Panini este mes de agosto. La otra razón es, sin duda, el mencionado centenario, pero lo que es evidente es que el Dinosaurio Diabólico siempre va a gozar de compañía en el universo Marvel.


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Dinosaurio Diabólico
,

de Jack Kirby
Marvel Comics / Panini Comics

Contenido:
Devil Dinosaur #1-9 (1978)

Cartoné. 192 páginas. 16.50€. Desde el 09/08/2017.

(Reseña publicada originalmente en Zona Zhero el 9 de julio de 2014)

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