Una sombra brota de las entrañas humeantes de la tierra a una ciudad mecánica que brilla, artificial, bajo el firmamento elidido de una noche sin estrellas. En sus ojos ausentes se refleja la radiografía de un horizonte urbano que somete a sus habitantes a un ataque psíquico constante, plantando la semilla de la locura en una sociedad ya enferma. El hombre ha regresado a esta ciudad de sueños para ver cómo es devorada por sus propias pesadillas.
Bienvenidos a la antigua Ciudad Radiante.

BIENVENIDOS A SOMNÓPOLIS

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UN PREÁMBULO
Los caóticos cimientos de la Ciudad de los Sueños

El sobrenombre “Mr. X” tiene una larga historia en los medios de prensa, una suerte de anonimato otorgado que iba ligado a publicaciones escritas o gráficas comprometidas, denunciando casos de corrupción, actividades ilícitas y demás delitos que, por estar protagonizados por personas con un cierto grado de poder e influencia, forzaban a los informantes a permanecer en secreto. No es exactamente el caso del Mister X que nos ocupa, pero comparte su necesidad de obrar en las sombras, manipulando una serie de secretos que, de hacerse públicos, harían enloquecer (más) a la población.

El Mister X de Dean Motter ya era popular mucho antes de publicarse un solo número del cómic, gracias a una campaña publicitaria muy efectiva. El año anterior a que el primer número llegase a las estanterías, en colaboración con el artista Paul Rivoche, Motter sacó a la luz una serie de imágenes promocionales y pósteres centrados en el personaje protagonista que captaron inmediatamente la atención. Más tarde se convertirían en portadas, tales como la que veis más arriba, pero las altas expectativas ya estaban creadas y todo parecía listo para que Mister X fuera un rotundo éxito…

7tOaVlFEn el proceso de elaboración de aquel primer número, publicado por la editorial Vortex Comics, Rivoche abandonó el proyecto y el trabajo llegó a manos de las entonces incipientes estrellas Gilbert, Jaime y Mario Hernández, creadores de la clásica cabecera Love and Rockets. Así, de los más de 40.000 pedidos para el debut que debía haberse publicado en agosto de 1983, sólo cerca de 26.000 se mantuvieron para cuando el número #1 llegó a las tiendas en junio de 1984. Por si esto fuera poco, el éxito de Love and Rockets y su derivada exigencia fueron tales que los retrasos de un número a otro de Mister X lastraron la publicación y el interés. Finalmente, los Bros Hernández abandonaron la serie tras el número #4, que se publicó casi un año después del primero. Tras un parche en el #5, dibujado por el (difunto) colorista Klaus Schönefeld y entintado y co-escrito por Ty Templeton, Dean Motter tomó las riendas de la serie justo a tiempo para la llegada del excelente artista Seth, quien dotaría de aún más personalidad, si cabe, a la colección… Hasta que llegó el número final, donde el dibujante no pudo continuar, Motter se rindió y dejó las tramas sin cerrar, siendo este punto final dibujado por un desganado mercenario llamado Rodney Dunn.

Así, inconclusa, permaneció esta caótica serie hasta 2008, cuando la editorial Dark Horse publicó un tomo recopilatorio de toda esta etapa, animando a Dean Motter, ya curtido en las lides de la historieta, a reescribir y dibujar él mismo un final adecuado para la serie, dejando puertas abiertas para su continuación, pero cerrando las tramas de forma notablemente satisfactoria. Sin embargo, la historia es más triste si nos atenemos a lo ocurrido con la edición española de este material. Y es que en realidad nunca ha sido publicado de forma íntegra. El único intento fue realizado por una Norma Editorial que confiaba bien poco en el material, editando únicamente los primeros 6 números de Mister X en su colección-contenedor El día después con una tímida marca de “Volumen 1”, que jamás conocería un segundo.

Ahora que Dark Horse ha reeditado este año en formato rústica aquel recopilatorio de 2008 y próximamente hará lo propio englobando las miniseries posteriores en un único volumen, ¿qué mejor momento para visitar de nuevo la Ciudad de los Sueños?


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LA CIUDAD QUE ERA HOMBRE
Luces y sombras de la pesadilla urbana

«El sueño es una pérdida de tiempo. Tanto que hacer y tan poco tiempo…»

Walter Eichmann. Simon Myers. Pierre Radiquet. O sólo Santos. Estos son algunos de los muchos nombres por los que diversas personas conocían a Mr. X. Todos y ninguno de ellos tenían razón. Y es que la identidad del misterioso protagonista fue una de las constantes de la serie. Lo único que sabía la amplia galería de secundarios (y, por ende, el lector) era que el extraño hombre calvo tenía algún tipo de relación con la creación de Radiant City, “la Ciudad de los Sueños”, y las personas implicadas en ella.

Eichmann y Myers fueron los arquitectos de esta ciudad de diseño construida en torno a la noción de la psicotectura, una teoría según la cual la propia forma y tamaño de una edificación podía alterar el ánimo y la neurosis de una persona. La pareja de arquitectos se rompió antes de que la obra estuviese terminada y, en la actualidad, Radiant City es una ciudad caótica debido a los errores en la construcción provocados por tal ruptura, corrompiendo la psicotectura urbana y haciendo que la propia ciudad incite a sus habitantes a la violencia o el suicidio. “Estamos siendo asesinados y esta… ciudad es el arma. El crimen perfecto”, llega a decirnos el tebeo.

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El regreso del Señor X a Radiant City, rebautizada ahora como Somnópolis por quienes pueden ver su cara oscura, tiene por objetivo recomponer las estructuras corruptas para arreglar esta ciudad-máquina cuyos mecanismos se encuentran ocultos, bajo tierra y entre las paredes de sus edificios infinitos. El diseño de los rascacielos y la distribución de la propia ciudad son deudores del art déco y el expresionismo alemán, como una proyección en líneas rectas de los tortuosos edificios de El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene o una versión afilada de la futurista Metrópolis de Fritz Lang. Con esta última también comparte el corazón industrial que, fuera de la vista de los habitantes de alta alcurnia, mantiene la ciudad en funcionamiento. Del concepto desarrollado por Motter bebería también, por ejemplo, la Dark City de Alex Proyas, tanto en el diseño de la Ciudad Oscura como en la apariencia de sus «operarios», similares a nuestro Mr. X.

En un entorno postmoderno como el que ofrece Somnópolis, resulta aparentemente paradójica la decisión de los hermanos Hernández de plantear como antagonista a un hampón clásico con sus esbirros, su debilidad por las mujeres (y, en consecuencia, sus celos) y su preferencia por la vía directa de eliminar a los elementos incómodos. Arnold Zamora (una de tantas referencias hispanas en la etapa Hernández), influyente líder mafioso, se relaciona con el Señor X por estar en posesión de una copia de los planos originales de la ciudad. Su robo es el primer contacto del lector con el protagonista, y este entorno criminal proporciona el tono neo-noir de la historia que marcará la serie. Así, las sombras gigantescas y retorcidas de Caligari se proyectan imponentes sobre las fachadas de Radiant City, influyendo indirectamente en la Gotham de Bruce Timm.

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Y es que el motivo arquitectónico, con el robo de los planos y la prominencia argumental de la psicotectura, se suma a la ciudad de pesadilla para conformar la personalidad de este protagonista del que desconocemos su identidad o siquiera sus verdaderas intenciones, más allá de arreglar lo que cree que él, por acción o por omisión, ha provocado en la estructura urbana. Es por esto que, en la ciudad de los sueños, el insomne es el rey. Bajo el mantra “Tanto que hacer y tan poco tiempo para hacerlo” como metatexto del propio tebeo, encontramos en el centro de la industria de Somnópolis a la Farmacéutica Friedkin. Su producto estrella: Insomnalin, una droga que permite al usuario evitar los efectos de la fatiga y el sueño, siempre y cuando no deje de ser puntualmente administrada. Y si alguien necesitase una dosis desesperadamente, siempre podría acudir a los diversos insomnatorios de la ciudad, frecuentados por nuestro Señor X cual fumadero de opio para Sherlock Holmes.

Todo este contexto repleto de información sobre la personalidad del protagonista y desinformación sobre su nombre, fue definido en esos cuatro primeros números de los hermanos Hernández, aunque dejaron lo que podría definirse como el primer arco de la serie (lo que Norma Editorial llegó a publicar en nuestro país) sin terminar. Los dos números siguientes, con Schönefeld y Seth al servicio de Motter, fueron precisamente los que introdujeron la empresa farmacéutica y terminaron de sembrar las dudas sobre quién demonios era Mr. X: ya no sólo sospechábamos de uno de los arquitectos originarios de la ciudad; ahora también podía ser un hombre llamado Pierre Radiquet, bioquímico y antiguo trabajador de Friedkin. También sería el nuevo equipo creativo quien se encargaría de cerrar las tramas en torno a Arnold Zamora, recién fugado de la cárcel y con ansias de venganza. Así es como, organizando una bizarra y estrambótica función de Hamlet, Zamora destaparía la que él creía la verdadera identidad de Mr. X ante un multitudinario público. ¿Sus últimas palabras…?

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Cuatro revólveres humeantes. Y vuelta a la casilla de salida: la deducción de Zamora sobre Mr. X nos remitía de nuevo a Simon Myers, el arquitecto que se suicidó años antes. Todas y cada una de las identidades posibles que conocíamos a estas alturas para nuestro protagonista tenían tantos puntos a favor como en contra para ser ciertas. El misterio estaba servido. Y el noir, desatado…

Por desgracia, el segundo arco de la serie original arrancaba con una nota de Dean Motter: poco antes de llevar a imprenta el número #7 de la colección, el colorista habitual (y reciente dibujante) Klaus Schönefeld, fallecía con tan solo 23 años por un fallo cardíaco. La maldición de Mister X continuaba implacable, pero seguir con la serie era el mayor tributo que podían hacer a su memoria. Así que, tras un favor de Paul Rivoche, la colección dio la bienvenida a la colorista Deborah Marks. Con Motter y Seth cogiendo el toro de la colección por los cuernos, o más bien abandonando el tono casi festivo de los hermanos Hernández, la serie asumió definitivamente su carácter postmoderno y se sumergió en los rincones oscuros que le ofrecía. ¿Qué mejor declaración de intenciones que comenzar el arco con una página dedicada a la pesadilla urbana de un asesino sonámbulo? Su influencia sobre el Señor X será definitiva y forzará una relación (drogo)dependiente hasta el final de la colección.

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El nuevo equipo creativo diseñaría otro plantel de secundarios, especialmente del bando de los antagonistas de Mr. X, no sólo ya en torno a Farmacéuticas Friedkin, en el epicentro gracias a Madame Friedkin, sino también alrededor del selecto Club de los Hijos. Por supuesto, estas nuevas compañías traerían nuevas preguntas y nuevas posibles identidades para el protagonista, añadiéndose a la lista el compañero perdido de Whitney Welles, heredero de Friedkin. La excusa del difunto compañero sirvió para dar respuesta, de manera más o menos sutil, a alguno de los misteriosos «poderes» del Señor X: el desaparecido doctor Stewart y el (ya sospechoso) doctor Radiquet trabajaron activamente en la creación de la Poltercaína, otra droga que en este caso transformaba al usuario en un espectro flotante, invisible e incorpóreo mientras duraban sus efectos. Los derivados conocidos de ella eran la defectuosa Metamorfina, que alteraba la apariencia de los cuerpos de forma grotesca, y el famoso Insomnalin.

Es por esto que resulta interesante la contraposición implícita que se establece entre la dupla Eichmann/Myers, como arquitectos de la forma de la ciudad, y la pareja Stewart/Radiquet, diseñadores del fondo, de lo más profundo de la ciudad, una sociedad necesitada de las drogas de estos últimos para sobrevivir a lo que los errores de los otros dos. Guiños al trasunto periodístico del concepto de «Mr. X» (“El Lagarto”), más engaños y espejismos, traiciones, muertes, resurrecciones y sombras, miles de sombras habían condenado a Somnópolis al sueño eterno en tan solo 3 números que revolucionaban la Radiant City que conocimos con los Hernández. Pero la sublimación estaba por llegar…


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EL HOMBRE QUE ERA CIUDAD
Medianoche en el jardín del bien y del mal

«Siempre habría trabajo que hacer. Nunca habría tiempo suficiente.»

Un riff de batería, un teléfono sonando, el tecleo de una máquina de escribir, el ronroneo de unas rotativas de prensa, el martilleo de un profanador de tumbas… El ritmo y las onomatopeyas se suman a la crecientemente sofocante atmósfera de la serie a medida que se acerca su final, a medida que la identidad del Señor X comienza a asomarse a la luz mientras él se sumerge en las sombras del engranaje, físico y psicológico, de la cacofonía urbana.

El hombre absorbido por la máquina, en tanto que fusionado con la metrópoli postmoderna que no encaja en sus esquemas vitales y que trata de amoldar a su imagen y semejanza. La serie irá perdiendo la forma, literalmente: ya sea en apariencia, con un Seth que hace su trazo progresivamente más grueso, simplificando el dibujo sin perder un ápice de expresividad; o en los hechos narrados, con la historia tornándose caótica y todoposibilista a medida que se desmorona la coherencia del mundo de Somnópolis. Incluso la figura del propio Mr. X se verá diluida y transformada (en más de un sentido) para aceptar finalmente su no-identidad, su no-ser en el corazón de la ciudad.

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Como no podía ser de otra manera, el protagonista de esta historia tomará conciencia de sí mismo y de su papel a través de la droga y sumergido en las entrañas del engendro urbano, donde la inestabilidad concluirá en la iluminación, no sin antes pasar por la locura y el caos conceptual de su consciencia. Y el propio lector será quien viva este proceso, bombardeado con imágenes esquemáticas, pero sugerentes, un prodigio de diseño gráfico a cargo de Seth que contiene tanta información como elementos desconcertantes. Así, incluso la respuesta más directa se torna en laberinto psicológico mientras los acontecimientos se atropellan, abrumando a ese lector ávido de respuestas. Y si bien esta urgencia atendía a la voluntad de Motter de dar carpetazo a la serie –conocida la marcha de Seth para el que sería el penúltimo número de la serie–, el auténtico final que, años después, el guionista daría a la serie respondía a (prácticamente) todo.

Tras un imaginativo conglomerado de suicidas que aterrizan en medio de una persecución de coches voladores, músicos de «salsa soviética» llamados Manteka, y robots gigantes durmiendo bajo lápidas, el arco final supondría una recopilación de todo lo que formaba la (id)entidad “Mister X”. Construyendo una definición sinecdóquica del personaje mediante la suma de esas partes, el lector se encontraba con un todo innominable pero reconocible, satisfactorio, en una revelación del protagonista como alma mater de la ciudad física, y de sus habitantes como reflejo del alma dual, tan corrupta como iluminada, de nuestro Señor X.

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Este planteamiento post-religioso de la ciudad como obra definitiva, a imagen y semejanza de su todopoderoso creador, daba coherencia a toda la etapa, a pesar de su dispersión tonal antes de la llegada de Seth. La colección tocó a su fin, el ¿anti?-héroe retomó su papel en el destino de Somnópolis y, en definitiva, el círculo se cerró…

Mister X convertiría a su arquitecto, Dean Motter, en un guionista de culto, y a su dibujante definitivo, Seth, en un artista gráfico reconocido (recordemos que éste fue su debut en los cómics). Por desgracia, esta obra está, como decíamos, inédita en nuestro país (apenas 6 números y ya descatalogados). En Estados Unidos la situación no era muy diferente hasta su reciente reedición, así que, con suerte, algún día próximo podremos viajar desde estos lares a la oscura Ciudad de los Sueños.

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Mister X: The Archives
,

de Dean Motter y VV.AA.
Vortex Comics / Dark Horse Comics

Contenido:
Mister X #1-14 (1984-1988)

Rústica. 384 páginas. $24.99. Desde el 31/05/2017.

(Reseña publicada originalmente en Zona Zhero el 16 de noviembre de 2014)

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