«Mi nombre es Octaviano Abracadolfo Panterio, príncipe heredero de Panterlandia.
¡Pero tú puedes llamarme Pantera!»
Una niña solitaria, acechada o protegida por una pantera repleta de manchas, rodeada por una habitación llena de formas y colores en una explosión de acuarelas. Un libro infantil sobre los mecanismos de defensa que desarrollamos en la infancia para sobreponernos a pequeñas tragedias, como la muerte de una mascota… o el abandono de un ser querido… o algo mucho peor.
Brecht Evens es un ilustrador belga muy particular, autor de apenas tres tebeos hasta la fecha, cuya publicación en nuestro país vino de la mano de la tristemente desaparecida editorial SinsEntido en el caso de Un lugar equivocado y Los entusiastas. En esas obras ya experimentó con su dominio de las acuarelas para realizar experimentos narrativos y composiciones abrumadoras. Sin embargo, para Pantera, optó por explotar esa capacidad en una atmósfera más intimista, plagada de espacios en blanco. Su arte queda al servicio de esa voluntad de parecer un cuento infantil, no encapsulando sus viñetas en un marco, acentuando la fluidez de una narración tan dúctil como esa Pantera imaginaria que ha aparecido en la vida de la joven Christine.
Y es que todo lo que rodea al enigmático felino parlante es un tour de force expresivo por parte de Evens, ya que la Pantera no tiene una forma definida, sino que la altera en cada aparición para adaptarse a la forma más apropiada a la reacción que pretende provocar en la niña y, al mismo tiempo, en el espectador. Esa naturaleza camaleónica no se limitará únicamente a su aspecto físico, sino también a su personalidad, doblegándose a los deseos de Christine y dando giros rocambolescos a su discurso, desdiciéndose cada vez que la importune, aprovechándose de su frágil lógica infantil.
Así, poco a poco, iremos conociendo más de lo que aflige a la protagonista. Al comienzo de la obra descubrimos que vive sola con su padre y es la dueña de una gata enferma que ya rechaza los alimentos, siendo, finalmente, sacrificada. Pero en sus conversaciones con Pantera conoceremos más detalles, como que su madre los abandonó repentinamente cuando Christine aún era muy pequeña. En este punto, el lector o lectora comprende que, bajo el disfraz del cuento infantil, bajo el amable rostro de ese amigable felino imaginario que aparece precisamente cuando su gata muere, lo que hay es una niña rota tratando de recomponerse, buscando una salida fantasiosa a ese mundo injusto.
Sin embargo, en ese momento de ternura y comprensión, de confort lector al creer haber entendido la intención de la obra, empiezan a sucederse elementos que no terminan de encajar. Desde la llegada de Pantera ya empiezan a aparecer grandes viñetas a doble página, sobrecargadas de formas y colores extraños, aunque uno podría achacarlo inicialmente a la voluntad de lucimiento del artista. Pero entonces llega un muy explícito aviso, una pieza que sobra cuando creíamos haber completado el rompecabezas, y el fantástico mundo de Panterlandia empieza a tomar un cariz perturbador.
A medida que se acerca el cumpleaños de Christine, nuevos personajes procedentes del mismo cajón del que salió Pantera empiezan a entrar en la vida de la niña, criaturas mucho más desagradables y maleducadas que el felino, con las que ya no está tan cómoda. Pero cuando eres pequeño todo es un juego, ¿no es verdad? Juguemos, riamos y preparemos la fiesta sorpresa de Christine, aunque ―¡recordad!― su padre no debe enterarse. «Tu padre no ve lo que yo veo. Que ya no eres su niña pequeña…».
Empiezan a saltar alarmas en quienes han prestado atención. Las páginas ya leídas empiezan a reescribirse en nuestra cabeza. Han cambiado. Ya no son las mismas. Ni siquiera los colores brillan igual. Algunos parecen desbordarse, salirse de sus márgenes, rezumar una sustancia desagradable que no habíamos apreciado la primera vez que pasamos por sus páginas. Pero la historia sigue adelante. Hay que continuar, a pesar del nudo en el estómago que se aprieta a cada vuelta de hoja. A pesar de querer coger a Christine y correr, correr, correr y no mirar atrás. Hay una fiesta de cumpleaños que celebrar…
La primera vez que leí esta obra, a comienzos de este año, caí en las garras de la Pantera. Me destrozó por dentro. Evens es lo suficientemente inteligente como para llevar el juego con el lector hasta las últimas consecuencias: el final de la historia no es conclusivo; no hay catarsis, sino abandono. No es un final abierto, si bien la interpretación de la obra sí queda, en cierto modo, a disposición de quien la lee, pero en realidad lo es en un sentido muy literal, porque las últimas páginas forman un desplegable.
Como decía, la primera lectura se abrió paso a través de mi carne y confieso que en aquel momento tardé dos minutos en desplegar esas páginas, absorbiendo lo que acababa de leer y sin terminar de decidir si quería ver lo que me esperaba al otro lado. Como digo, ese auténtico final no es conclusivo y aquellas páginas eran casi un epílogo, nada de una relevancia trascendental, pero me refiero a esta vivencia como testimonio de lo que fue capaz de hacerme Evens, este miedo a ahondar en lo que podía estar por venir. Pocas obras han conseguido hacerme esto, y ciertamente ningún otro tebeo hasta la fecha. Al releerlo para esta reseña, el efecto ha sido el mismo.
Si el arte debe aspirar a remover conciencias, a retorcernos, a provocar sensaciones (por desagradables que sean), a inducir a una reexaminación de nuestra percepción del mundo, esta Pantera es, sin duda, una obra de arte.
Pantera, de Brecht Evens
Astiberri
Contenido: Panter (Uitgeverij Oogachtend, 2014)
Tapa dura. 120 páginas. 25.
Desde el 10/05/2018.
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