#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.
Estímulo: CABALLERO
Obra: La Princesa Caballero, de Osamu Tezuka
Motivo: Nacida con dos corazones, uno masculino y otro femenino, Zafiro se convirtió en ejemplar caballero a ojos del pueblo, aunque quien le asignó el género había determinado que era una mujer… pero eso habría complicado el ascenso al trono.
¡El primer shōjo! ¡La primera protagonista heroica en un manga! ¡La gran obra feminista de Osamu Tezuka! ¡Otra muestra más del machismo y misoginia japoneses! Todas estas afirmaciones son ciertas y ninguna lo es del todo. Por eso, el deber del lector crítico es siempre contextualizar las obras en su lugar y su tiempo con el ojo izquierdo, sin perder de vista el aquí y ahora con el derecho. Así, podríamos hablar de que, efectivamente, La princesa caballero es el primer «manga para chicas», refiriéndonos a los de narrativa larga; podríamos decir que Zafiro es una protagonista heroica, pero sin olvidarnos de las numerosas veces que debe ser rescatada por sus enamorados; podríamos valorar que hay un cierto carácter empoderante en la faceta luchadora de la protagonista (y de la maravillosa espadachina Friebe); y podríamos sentenciar que prácticamente todo el carácter guerrero y contestatario de Zafiro queda explícitamente ligado a su «corazón masculino». En definitiva, todo es falso, salvo algunas cosas.
Érase una vez un bebé a punto de llegar a este mundo, en la cola de distribución de los corazones masculino o femenino. Pero entre los ángeles del cielo había uno especialmente travieso que se tomó el trabajo por su cuenta y le adjudicó un corazón de chico al bebé instantes antes de que el Padre le asignara otro femenino. Así nació Zafiro, la Princesa Caballero, con un cuerpo de mujer pero dos corazones opuestos, con la gallardía, destreza y valentía de los hombres y la delicadeza, hermosura y fragilidad de las mujeres. Y lo hizo en un reino en el que se necesitaba desesperadamente un heredero varón para que las intrigas palaciegas no acabasen con el linaje real, por lo que, malentendido mediante, fue criada como un hombre a ojos del pueblo, pero educada como una mujer en el interior de palacio.
Si has leído el párrafo anterior y no ves ningún problema en él, ¡bienvenido, viajero del tiempo! En efecto, estamos hablando de un manga serializado en Japón entre los años 1953 y 1956 y, como tal, es evidente el sexismo de la época en la dicotomía hombre fuerte/mujer delicada. No obstante, pese a la anomalía que suponía la androginia forzada de Zafiro, Tezuka resultó (voluntaria o involuntariamente) progresista en la representación de algunos de sus personajes femeninos, destacando la mencionada Friebe o la hija de la villana, Hécate.
En el caso de la primera, era una fiera espadachina, orgullosa y desvergonzada, mejor luchadora que cuantos hombres se le pusieron delante; si bien se ofrecía a ocultar su «faceta masculina» y adoptar el papel de mujer hogareña si eso servía para que Zafiro aceptase su mano. Pero más interesante resulta el papel de Hécate, hija de demonio y, por tanto, carente de corazón, por lo cual no tiene ningún interés en los designios de su madre, que busca casarla y convertirla en una «mujer de verdad»; lo único que Hécate quiere es ser ella misma y disfrutar de su vida en solitario. Y en una mezcla de ambas tesituras viviría Zafiro, de no ser por un factor determinante que es, además, lo que hace avanzar la trama: su amor por el príncipe Franz.
Una vez que la pareja se conoce, Tezuka los hace pasar por prácticamente todo lo que conocemos como tópicos del género romántico: ella se disfraza de mujer y se enamoran, pero él odia al «príncipe» Zafiro; un malentendido los separa y, cuando el destino vuelve a juntarlos, son los enemigos quienes provocan mediante magia, tretas o giros inesperados que no puedan verse; nuevos intereses románticos posibles, amnesia, muertes que no son tales… La trama amorosa de La princesa caballero es un culebrón de manual, pasado por el tamiz de las fábulas y los cuentos folklóricos, y con una estética deudora de Walt Disney, especialmente de Blancanieves y La Cenicienta. Y ahí entraríamos de nuevo en la importancia de contextualizar: ¿cómo eran las princesas Disney hasta ese momento? Hermosas y delicadas, a la espera de ser salvadas por su príncipe. Zafiro, al menos, se salva a sí misma en alguna ocasión.
Entonces, ¿es Zafiro un buen ejemplo o un mal ejemplo? De nuevo, no hay una respuesta sencilla. Mientras posee ambos corazones, Zafiro es más o menos feliz con su vida, teniendo que aparentar ser un hombre, aunque disfruta de los duelos a espada que acompañan a estas apariencias; y permitiéndose actuar «como una chica» en la intimidad, gustando de llevar vestidos, e incluso disfrazándose con una peluca dorada para ir al baile como mujer. El problema surge cuando empiezan a robarle el corazón, literal y figuradamente.
Al perder su corazón femenino, Zafiro actúa de manera ruda, violenta, desgarbada y hasta desagradable con cuantas personas se cruza. Pero es que, cuando ocurre al contrario, Zafiro pasa a ser un ser delicado, frágil, se le olvida cómo luchar y desfallece ante cualquier esfuerzo, porque ya es «solo una mujer». Afortunadamente, el factor de redención de Tezuka en este aspecto llegará hacia el final de la obra, cuando una de las tretas de sus enemigos la lleve a perder la memoria. En este reinicio, una vez que comienza su viaje para volver a recordar, Zafiro se convierte realmente en esa persona que era cuando tenía dos corazones, luchadora implacable y enamorada definitivamente del príncipe Franz. El viaje de la heroína se completa y el sabor de boca final es positivo.
Como nota curiosa, aunque totalmente subjetiva, pareciera como si Tezuka no hubiese prestado atención alguna a la caracterización de sus personajes masculinos, que son en su mayoría planos, formulaicos y/o meramente vehiculares para la acción. O que, precisamente, esa sea la intención para hacer que Zafiro y las demás brillen. Por ejemplo, Franz es el típico Príncipe Encantador (hasta se apellida Charming), apuesto, valiente, algo arrogante, pero dispuesto a todo por recuperar a su amada. Blood, el capitán pirata enamorado también de Zafiro, es (muy literalmente) una versión desvergonzada de Franz. Y el resto de hombres, en su mayoría villanos, son casi todos ridículos, aviesos y con constante necesidad de establecer una superioridad de la que suelen carecer.
Las dos excepciones a esta norma serían, curiosamente, dos personajes que se presentan bajo un prisma de inocencia o ignorancia, y acaban resultando capitales para el desarrollo de la trama por un giro en su personalidad. Es el caso, en el último acto, del excéntrico Marqués de Ulón, sobre el que no entraré en detalles y, sobre todo, de Tink, el ángel responsable de la doble «cardiopatía» de Zafiro. Este último, que parecía un mero alivio cómico en el arranque, acaba teniendo un arco de personaje sencillo pero relevante, con un carácter más arrollador del que su apariencia transmite, y con un poder que salva el día a Tezuka en más de una ocasión mediante un angelus ex machina. De ambos se desprende un par de lecciones muy instructivas sobre las apariencias y el poder real que radica dentro de cada uno.
Por llegar a un atisbo de conclusión, creo haber aclarado el grado de certeza o precisión de las afirmaciones, ciertas sin serlo, con las que se abría esta reseña. La princesa caballero sigue siendo una de las obras más potentes y relevantes de la carrera de Osamu Tezuka, un derroche de imaginación, una gesta narrativa con un dibujo idóneo y una historia que cabalga cómodamente entre tradiciones folklóricas, antiguas y modernizadas, sin terminar de casarse con ninguna de ellas, en una suerte de paganismo florido. Ciertamente, tiene sus problemas ideológicos, derivados de su época y quien lo lea debería saber contextualizar: roles de género marcados por tópicos y prejuicios, ausencia (lógica) de mención a la androginia o al no-binarismo… Pero para encontrar historias con ese contenido más instructivo y presentado igualmente de forma orgánica, ya están ahí obras como Érase una vez dos princesas de Katie O’Neill o la reimaginación de Princesas al poder de Vita Murrow. Para llegar hasta estas, en Japón ya puso Osamu Tezuka su piedra.
La princesa caballero,
de Osamu Tezuka
Planeta Cómic
Contenido:
Ribon no Kishi #1-3 (Kodansha, 1953-1956)
Cartoné. 688 páginas. 28€.
Desde el 16/10/2018.
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03/01/2020 at 16:22
Me parece una reseña estupenda y muy justa. Yo recuerdo que lo leí cuando era bastante peque y, a pesar del tiempo, lo sigo disfrutando, porque no deja de explorar el género aunque sea partiendo de una base bastante tradicional, clasicona y binaria.
Como apunte, este manga tiene una influencia tremenda del teatro Takarazuka que me parece que es crucial y muy representativa de cómo entienden el género en Japón. La madre de Tezuka era amiga de algunas de las actrices y lo llevaba de pequeño al teatro y a verlas entre bambalinas, vaya morro…
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05/01/2020 at 08:00
Muchísimas gracias por el comentario, Ariel. Efectivamente, pese a lo clasicón y binario, el tebeo tiene algo que aportar y, más allá de como «elemento histórico», se disfruta plenamente como lectura aislada (siempre en contexto).
Sobre Takarazuka hablaba el epílogo al tomo que leí, del propio Tezuka, y la verdad es que sí que es importante y el autor un privilegiado. Digno de verse.
De nuevo, mil gracias 😘
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