«Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O ha perturbado su lecho la repentina escarcha?
¡Ah, mantén lejos de aquí al Perro, que es amigo de los hombres,
o con sus uñas lo volverá a desenterrar!»

T. S. Eliot, «El entierro de los muertos» (The Waste Land, 1922)

El Apocalipsis llegó sin trompetas. Cuando la peste negra asoló la Europa bajomedieval, el ángel exterminador no comandó un ejército de langostas desde las tinieblas, sino uno de ratas, pulgas y perros rabiosos que contribuían a la expansión de la muerte y se alimentaban finalmente del reguero de cadáveres a su paso. A falta de carroñeras, quienes rondaban a difuntos y moribundos eran otras aves: hombres con cabeza de pájaro, menos experimentados en materia medicinal que embriagados por los aromas al final de su pico, abstraídos de la putrefacción del aire. En los huertos, las semillas fueron sustituidas por cuerpos, y la quema de rastrojos dio paso a la de vecinos y seres queridos. En una tierra sin Dios, en este frío infierno, ¿a qué agarrarse?

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Morir para seguir viviendo o vivir para seguir muriendo. Estos dos son los únicos caminos que parece ofrecer el severo y siniestro paisaje gótico que pinta, incolora, la Devastación de Julia Gfrörer, debut del sello Alpha Cómic. La autora presenta un pueblo azotado por la peste en el que la rutina diaria consiste en comprobar si alguno de tus familiares ha fallecido y, en caso afirmativo, cargar con él hasta lo que es ya una fosa común. La breve historia gira en torno a una mujer, literalmente superviviente desde su infancia, y sus maneras de hacer frente a la tragedia constante que supone el día a día.

Sin embargo, en este invierno vital perpetuado por el blanco y negro y las omnipresentes líneas que dibujan y desdibujan al mismo tiempo, hay espacio para la esperanza. O eso es lo que pretende transmitirnos Gfrörer mientras el aire también se corrompe a nuestro alrededor frente a la atmósfera ominosa. La sobriedad en el trazo denota una atención caprichosa al detalle para acentuar la expresividad de sus personajes, cuya piel brilla en esa oscuridad infinita. La solidaridad, la comunidad y hasta la carnalidad se muestran como únicas vías de supervivencia, como sólidas alternativas a la fe en una sociedad en la que las creencias son claramente insuficientes para lidiar con el sufrimiento, pese a que la protagonista se encomiende a la santa protectora contra la muerte súbita. Las cruces son ya más visitadas en el cementerio que en la iglesia, así que el único lugar reconfortante es el calor de los otros.

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En el cruel abril de La tierra baldía, la primavera de Eliot era implacable, «criando lilas de la tierra muerta» y «mezclando memoria y deseo». Esa crueldad de la naturaleza, del propio proceso de muerte y renacimiento, tan incomprendida como esperable, chocaba frontalmente con lo cálido de un invierno que se nutría de la «nieve olvidadiza». Lo que Gfrörer construye en esta Devastación es una reivindicación de esa calidez de la familiaridad. De los hilos que nos unen, nos atan y nos desenlazan para volver a atarnos, al margen de la hostilidad de las circunstancias. De las llamas que le robamos al infierno para recuperar y mantener con vida aquello que nos define, que nos hace ser humanos, que nos ayuda a sobrevivir al apocalipsis diario. Devastación es, pues, la mortaja como ropa de abrigo, el clavo ardiendo al que nos abrazamos cuando el dolor ya es rutina, y el aliento de advertencia frente a la desensibilización de la necrológica diaria. Porque hoy puede ser el fin del mundo, pero mañana solo será el día de ayer.

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Devastación
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de Julia Gfrörer
Alpha Cómic / Alpha Decay

Contenido: Laid Waste (Fantagraphics, 2016)

Rústica. 84 páginas. 14.50€.
Desde el 17/02/2020.
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