«Si le hubiera cortado las alas, habría sido mío; no se habría escapado.
Pero entonces ya no sería un pájaro, y yo…
Yo lo que amaba era el pájaro.»
―Mikel Laboa, «Txoria txori» (Bat-Hiru, 1968)
La patria es un concepto abstracto. Hay quien trata de percibirlo, afirmarlo y hasta imponerlo como algo concreto y delimitado (cuando afanes conquistadores no llevan incluso a expandirlo), y lo encierran entre líneas en un mapa, entre palabras vacuas y populismos en mítines políticos, y entre inanes golpes en el pecho en el ámbito personal. Los sentimientos generados por la idea de patria son totalmente legítimos, en tanto que la sensación de pertenencia a un grupo es un deseo que surge desde muy pronto en el ser humano como animal social. Sin embargo, ninguna legitimación de esos sentimientos personales puede justificar su imposición activa o violenta sobre el resto, ya sea mediante apropiación de un colectivo de ciudadanos, o a través de la exclusión de otro colectivo. El sueño de la razón produce monstruos, y la patria es uno de los principales catalizadores de ese sueño en la actualidad, esa proliferación del nosotros contra ellos que nos aqueja en tantos espacios. Pero no es nada nuevo, y en mi tierra, Euskadi, mucho menos.
Hay obras difíciles de adaptar a otros medios, sea por su complejidad narrativa, su extensión o, en algunos casos, por las sensibilidades que retrata. La obra que Toni Fejzula ha construido en Patria aúna los tres factores y, sin embargo, el autor barcelonés de origen yugoslavo consigue hacerla suya de manera magistral en todos los frentes. La novela original gira en torno a dos familias, aparentemente irreconciliables desde el momento en que uno de sus miembros parece haber asesinado a otro por orden de la organización terrorista ETA. Efectivamente, el escenario es la Euskal Herria post-franquista que, desde cierto sector de la sociedad, continúa su lucha política y militar («bietan jarrai») contra el Estado español al que considera aún opresor.
Haciéndose eco de la decisión estilística original de Aramburu, Patria se mueve constantemente atrás y adelante en el tiempo a lo largo de 30 años, y Fejzula centra también la narración en 9 personajes protagonistas con sus propias voces internas bien diferenciadas. Sin llegar a la cacofonía, la pluralidad de las voces en medio de esa narración fragmentada sin previo aviso puede crear cierta confusión, cierta desorientación. Pero lo cierto es que intensifica un efecto que puede palparse en la intención de la obra: la potencial confusión es como el pitido, los escombros y los gritos tras la explosión de una bomba que subyace en esta historia, con el polvo del ambiente que iguala a unos y a otros, disolviendo las fronteras y revelando que la humanidad (o falta de la misma) no es una cuestión de bandos.
No obstante, si la complejidad narrativa del texto ya supone un agradable y emocionante reto, es la presentación gráfica de Fejzula la que vehicula y eleva esa manera de contar la historia. Ese trabajo de guía a través del laberinto de personajes se hace especialmente patente a través de sus elecciones al color, con predominancia de tonos cálidos y casi omnipresencia (desde la propia portada) de los morados y rosáceos que cruzan los azules y rojos que oponen a los dos bandos en los cuadros de pensamiento. La calma fingida y el no deseado pero necesario aislamiento de la familia de la víctima, frente al fuego y la sangre ardiente que brota del lado del presunto verdugo.
Nada de esto sería, sin embargo, tan efectivo si el dibujo y su nivel de detalle, variable según las necesidades emocionales de cada momento, no fueran tan adecuados, siempre a caballo entre lo calculado y lo descarnado. El trazo de Fejzula resulta más claro cuando pretende humanizar a personajes, para bien o para mal, subrayando o desencajando expresiones faciales, y pasa a ensuciarse y desdibujarse cuando el elenco protagonista se va disolviendo en las circunstancias, en algunos casos incluso hasta la monstruosidad. No se libra de ciertas carencias en la caracterización física del paso del tiempo en algunos personajes, bien porque apenas experimentan cambios (como parte de su desarrollo argumental), bien por lo contrario, dificultando en ocasiones la identificación. Pero en esas circunstancias el texto y ciertos detalles de escenografía llegan al rescate, compensando y elevando el conjunto.
En última instancia, Patria no es un documental, pese a que incluya elementos reales, tanto en unos paisajes excelentemente documentados (salvo por puntuales anacronismos sin importancia en ciertas ciudades) como en los hechos que rodearon a las familias y a la sociedad vasca en aquellos años. Y a pesar de no tener una pretensión de realismo, no cabe duda de que lo que remueve en las tripas de quien lee es ciertamente una verdad, provengamos de donde provengamos y pensemos lo que pensemos: que la diferencia de pareceres, de sentimientos personales, nunca debe ser causa, motivo o justificación de la violencia, y que una vez que esta se ha dado nunca se encuentra el camino de vuelta respondiendo con más violencia. Ante orígenes violentos por ambos lados, el diálogo debía haber sido solución, nunca cortar las alas del pájaro. El perdón no cura, pero cicatriza la herida sangrante y, como la propia historia nos cuenta, una cicatriz ya es una forma de cura.
Patria,
de Toni Fejzula
(adaptando a Fernando Aramburu)
Planeta Cómic
Contenido:
Adaptación de la novela Patria (2016)
Cartoné. 304 páginas. 30€.
Desde el 09/06/2020.
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