«Vivo en una era cuyo nombre desconozco.
Aunque el miedo me mantiene en movimiento, mi corazón late muy lentamente.
Mi cuerpo es una jaula que me impide bailar con la persona a la que amo,
pero mi mente guarda la llave…»
―Arcade Fire, “My Body is a Cage” (Neon Bible, 2007)
El terror siempre ha sido, en todas sus vertientes, un potente y genuino vehículo para el comentario social, un aspecto clave del género que históricamente ha sido pasado por alto en demasiadas ocasiones a la hora de valorar la importancia y relevancia de las obras. Desde los trasfondos y alegorías en las distintas encarnaciones del monstruo, hasta el existencialismo y el nihilismo de los horrores innombrables, el terror ha abrazado todo tipo de preocupaciones e intereses de la psique humana, tomando el pulso a la sociedad de cada momento y poniendo ante ella un espejo que devuelve un oscuro y retorcido reflejo. Hay quien se aleja de la deformidad de su imagen interior, incluso quien rehúsa echar siquiera un vistazo, como un eco de Dorian Gray. No obstante, siempre habrá alguien que entenderá que la única forma de aceptar a ese alter ego que se presenta ante nosotros, es devolver la mirada al abismo y tomar nuestras riendas.
La primera obra publicada en España de Daijirô Morohoshi, esta misteriosa Box, se nos presenta como un rompecabezas disfrazado de relato de terror en la tradición de Kazuo Umezz (Aula a la deriva) o, también recuperado recientemente, Minetaro Mochizuki (Dragon Head): siete personas reciben sendos rompecabezas de distinto tipo en sus hogares y su resolución (o imposibilidad para hacerlo) los llevará a un misterioso edificio cúbico, la Caja, y sin puertas en medio de la ciudad. De la reunión de los siete individuos con una joven curiosa surgirá el acceso al interior de la construcción donde se enfrentarán a una serie de nuevos rompecabezas que los abrirá en canal, literal y/o figuradamente. La Caja quiere que jueguen, pero saltarse las normas o negarse a participar tendrá consecuencias.
El planteamiento de Morohoshi para Box, como el propio escenario en que se desarrolla, es más grande y complejo de lo que augura su aspecto externo. Como si de La Casa de Hojas de Danielewski se tratara, mayor por dentro que por fuera, podríamos sumar al género del survival horror algunos de los elementos de las casas encantadas, con un espacio vivo que se retuerce y condiciona el recorrido, las decisiones y hasta la psicología de los protagonistas. Del mismo modo, se deberán enfrentar a ecos de los experimentos gráficos de Shintaro Kago (en especial a la «laberintitis» al final de Novia ante la estación) llevados al extremo de construir soluciones argumentales a su alrededor. También se acerca a Kago en lo gráfico, con un estilo más voluntarioso que cuidado o destacable, pero igualmente efectivo.
Y si parece que esta reseña no es más que un cúmulo de menciones a los referentes del autor, a mayor gloria del reseñista que los detecta, esto no es fortuito. Pese al aspecto aparentemente clásico del dibujo, Morohoshi empezó a publicar esta obra en 2016 para trasladar al manga sus inquietudes prosísticas. Para ello, consciente de que su premisa no parece original, opta por no ocultar todas estas referencias, más o menos obscuras, adscribiéndose así a la tradición… para introducir un giro social que rompe con ella o comenta sus carencias. Y es que el choque generacional está planteado desde la propia elección de las edades, géneros y clases de los ocho protagonistas, y el desvelamiento de sus secretos, la resolución de sus rompecabezas internos, propondrá una serie de puntualizaciones frente a clichés y debates muy actuales.
Así, la complejidad de los puzles irá en aumento desde el momento en que atraviesen el umbral de la Caja, pero los problemas y las reflexiones de los personajes también se verán forzados a situaciones y soluciones más complejas. Mientras Morohoshi nos distrae con una mano, dando rienda suelta a sus remarcables dotes narrativas, juegos de espejos, sombras y enfoques engañosos, y rostros profundamente expresivos, su guión abre una brecha en la dimensión social. Así, nos habla de cansancio vital, de duelo, de homosexualidad reprimida, de identidad de género… Incluso introduce una encarnación física de la corrupción de valores de las generaciones acomodadas, sin preocuparse por el daño producido en las anteriores y, sobre todo, posteriores, que tienden a ser tachadas de «vagas» por no aprovechar las oportunidades… que, en realidad, no iban a tener porque el sistema ya estaba corrupto por quienes hicieron trampas para ganar. «A la Caja no le gusta que se quebranten las normas».
Box es, en última instancia, el rompecabezas que promete. Uno con infinidad de nuevos enigmas que resolver en su interior, pero que permite a quien lee escoger de entre todas las cajas a su disposición para abrir las que le plazca. Tanto es así, que Morohoshi salpica los entreactos de puzles, enigmas, juegos de agudeza visual… en los que zambullirse o ignorar por completo. Superficialmente, Box es un más que solvente relato de terror con un apartado visual repleto de ingenio, plenamente disfrutable a ese nivel. Su complejidad temática, su mitología o su abundancia de temas reflejados pueden encontrarse en otro nivel al que no es necesario acceder, pero que, en definitiva, convierte a la obra de Morohoshi en un excepcional juego al que muchos tipos de público pueden jugar… o ser devorados por la Caja.
Box: Hay algo dentro de la caja, Vols. 1-3,
de Daijirô Morohoshi
Satori Ediciones / Satori Manga
Contenido: Box: Hako no Naka ni Nani ka Iru
(Kodansha, 2016-2017)
Rústica. 192-224 páginas. 17€.
Entre el 26/10/2020 y el 23/11/2020.
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