#Reseñoviembre es una iniciativa que imita al reto de los artistas del #Inktober, pero desde el reseñismo y la divulgación del cómic, ofreciendo 30 reseñas en los 30 días del mes de noviembre, a menudo partiendo de unas palabras-estímulo comunes a todos los participantes.
Estímulo: HIELO
Obra: Ice Cream Man, de W. Maxwell Prince, Martin Morazzo y Chris O’Halloran
Motivo: Nada mejor para empezar noviembre que un buen heladito con sorpresa.
«Pasaré frente a tu casa a eso de las 2:45,
en la acera con un sundae de fresa por sorpresa,
Conseguí, justo a tiempo, un polo de cereza;
un palo largo, mami, que te volará la cabeza.»
―Tom Waits, “Ice Cream Man” (Closing Time, 1973)
¿Cuál es el terror real? ¿Qué es lo que nos da miedo de verdad? ¿Los monstruos? ¿Los fantasmas? ¿Los asesinos en serie? Sin duda, presentados de una manera específica y dejándonos llevar, estas figuras pueden asustarnos, causarnos un cierto desasosiego o, si no, inducirnos a la risa y a pasar un buen rato disfrutando de horrores ajenos. Pero, ¿y si el monstruo fuera… una enfermedad degenerativa? ¿Y si el fantasma fuera… la certeza de que, por nuestras acciones u omisión de las mismas, estaremos solos el resto de nuestra vida? ¿Y si el asesino en serie fuera… cada uno de los errores cometidos al criar y educar a nuestra descendencia, que ahora es un recordatorio viviente de dichos errores? ¿Y si el terror fuera descubrir que somos infelices, que debimos tomar una decisión distinta en aquel momento, o que hemos causado un daño irreparable a una persona que nos importaba? Ah, entonces Rick seguro que tiene el sabor de helado perfecto para ti…
En Ice Cream Man conoceremos a un amable heladero, con el uniforme que tantas veces hemos visto en el cine estadounidense, pero que pronto se revelará como un extraño ser maligno que trata de extender sus garras por nuestro mundo, empezando por el pequeño pueblo de St. Generous. Así, sus habitantes se enfrentarán a una perversión de su psique, a una voz narradora que se superpone a sus pensamientos, a una sempiterna melodía del camión de los helados que parece estar reescribiendo la realidad. Sin embargo, si esta premisa parece demasiado compleja, el planteamiento no podía ser más simple.
En cada entrega de la serie, el guionista W. Maxwell Prince, junto al dibujo de Martín Morazzo y el color de Chris O’Halloran, idea una historia autoconclusiva que gira en torno a una situación, un hilo temático o un experimento narrativo. Esta revaloración del formato clásico de los números unitarios podría interpretarse como una versión más de las Historias de la Cripta o similares, con el heladero como guardián y presentador… pero nada más lejos. Este heladero es, claramente, el antagonista, y pronto se nos presentará a otro personaje que trata de frenar sus intenciones. Sin embargo, el hilo conductor real de Ice Cream Man es una mitología inquietantemente creciente (y crecientemente inquietante) que enlaza cada una de estas historias independientes en una rima asonante que divierte tanto como incomoda cuando dichos elementos repetitivos aparecen sin esperarlos. Esa melodía que, cual teoría multiversal de Grant Morrison (cuya All-Star Superman también retuercen en un episodio), cimenta los planos existenciales en colisión.
Esta «música» y mitología propias quedan ancladas por un apartado gráfico que, si bien no destaca en sus figuras porque el estilo de Morazzo es algo estático y sus personajes tienden a parecerse, sí lo hace en su construcción narrativa. El artista se entrega en cuerpo y alma a cada una de las experimentaciones que acuerda con Prince y, sobre todo a partir del quinto número, se desatan los juegos de perspectiva, de construcción de página, y hasta de formato. De este modo, asistimos a un número que narra el salto al vacío de un suicida desde lo alto de un rascacielos, mientras en su interior se desarrolla una pesadilla lyncheana; a otro en el que la elección de un helado de tres sabores lleva a su protagonista a vivir tres realidades alternativas simultáneamente plasmadas en la página; a un descenso a los infiernos construido gráficamente como un palíndromo (leído igualmente desde delante que desde detrás); o a un relato entre intimista y psicotrópico cuya red de viñetas toma la forma de los crucigramas con los que está obsesionado su protagonista.
Pero, de nuevo, la complejidad narrativa, cimentada por la paleta de un O’Halloran que se entrega al colorismo de los sabores de helado, la lisergia de un mundo que gira en torno a ellos y sus texturas en descomposición, tiene por objetivo centrarse en aquellos miedos ordinarios, en emociones conocidas, en sentimientos reprimidos. Y es que el guión de Prince destila toda la humanidad que le falta al monstruo del heladero, con una sensibilidad tan apabullante que, tras horrorizarte o atarte un nudo en el estómago, decide mostrarte que el nudo es algo más personal. Esos miedos te hacen daño porque los sientes cercanos, porque puedes observarlos en la sociedad, en tu entorno, en tu familia, o en tu propio interior. Es absurdo, es terrorífico, es… humano.
Ice Cream Man es una antología de historias de terror que, tras unos primeros pasos dubitativos, se adscribe a esa proliferación posmoderna de relatos de terror con un componente emotivo, introspectivo y social. Un diamante en bruto que, por momentos, no conoce fin y que tiene vocación de clásico de culto (como todo lo bueno del género), mientras sus autores crecen con cada nueva entrega. Inquietante, mágica, poderosamente atractiva, potencialmente prohibida… como la música de un camión de los helados acercándose lentamente hasta nuestra puerta.
Ice Cream Man, Vols. 1-5,
de W. Maxwell Prince, Martín Morazzo
y Chris O’Halloran
Moztros
Contenido: Ice Cream Man #1-20
(Image Comics, 2018-2020)
Rústica. 128-144 páginas. 18€.
Entre el 11/08/2022 y el 05/2023.
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